ICONOS SAGRADOS TOLEDANOS 1.

 EL TORO DE MENASALBAS.

Por los mapas a escala del I.G.N., nº 625 de la zona de Ventas con Peña Aguilera, a escala 1:50.000 y siguiendo sus caminos y veredas pastoriles por la Cañada Real Segoviana, que va de norte a sur hacia los Montes de Toledo, en el término municipal de Menasalbas hacia el cauce del rio Torcón, nos encaminamos hacia un hito prehistórico de tiempo inmemorial muy importante, cercano a un antiguo abrevadero de ganados.

Tomando los caminos pedregosos de tierra al salir de dicha localidad, bordeando una gran macizo de granito denominado “Alto  del Torcón”, por el camino Molinos, pasando las veredas que conducen a la Casa de la Tórtola, en el lugar denominado arroyo de “El Recuero”,  bajando una loma, al lado de esta antigua vía y dentro de un corral, dominando todo el paisaje en lontananza, la sorpresa está servida pues allí se encuentra el “Toro de Menasalbas”.

Esta significativa roca tallada por la mano del hombre, cuyo argumento tiene que ver con cuestiones pastoriles y ganaderas desde los más remotos tiempos, pues se encuentra al lado de un antiguo camino prehistórico, anunciado por un pequeño cartel que dice “barraco”, podría parecer un buey doméstico, pero nada más lejos de su verdadera realidad.

Aunque se crea que dicha figura pudiera pertenecer a la cultura de los “verracos” de la sociedad carpetovetónica, este tótem mítico al estar tallado en una roca entera mucho antes, corresponde realmente a la figura de un gran toro ibérico, superando físicamente con creces e individualmente, tanto a los famosos “Toros de Guisando”, como a otros de su especie. Aunque sin ser tan famoso.

Esta gran escultura zoomorfa, cuyas medidas corresponden con los 5 metros de longitud, 2,5 metros de altura en la cabeza, 2 metros de altura al lomo y 0,90 metros de anchura, cuyo volumen le hacen ser un megalito grandioso.

Las consecuencias de su talla se debe corresponder con el respeto que tenían los seres humanos prehistóricos a los toros salvajes que poblaban la península ibérica, por su bravura y peligro, con cuyo   bramido temblaban y a los que debían de dar caza sirviéndole de sustento y abrigo, junto a jabalíes, osos, gamos, ciervos, conejos y aves, tan abundantes antaño en estos montes toledanos.

Desde luego esto lo observamos en el rico patrimonio de arte rupestre del paleolítico ibérico, de norte a sur y de este a oeste peninsular, donde encontramos gran cantidad de bovinos pintados. Es decir, que el motivo artístico de esta figura, concierne a la caza y al respeto por su peligro, con un sentido mágico relativo al éxito del cazador, pues en esta tierra, la lucha del hombre de antaño contra esta brava fiera, tenía un sentido alegórico por simbólico.

A las pruebas me remito con este magistral vestigio de la antigua  Iberia, en el occidente europeo, enseñándonos que ya en épocas  remotísimas de la humanidad, sobre esta tierra se concentraba una  cultura espiritual de suma importancia.

La bravura de estos toros, que descendían de los antiguos “bos taurus ibéricus”, lo observamos en esta figura al encontrarse dentro de un corral, pues la postura del morlaco la vemos en su cabeza levantada a punto de embestir, con su morrillo característico. En su lado derecho aún podemos adivinar parte de una pierna en tensión y en su trasero se percibe aún lo que parece el rabo. Al ser tan antiguo, lógicamente le faltan sus temibles cuernos.

El que fuera tallado en una roca en este preciso lugar, tiene además otras posibles consecuencias más interesantes por misteriosas, pues  desde este lugar, mirando hacia la parte trasera del tótem, se divisa a lo lejos otro lugar prehistórico muy especial, como es  el “Cerro de la Cobertera” dominando a la villa de Ventas con Peña Aguilera, con la alineación de sus cinco piedras caballeras, aún por estudiar de forma   simbólica, por método astroarqueométrico.

También a lo lejos y frente a la cara del bicho, divisamos bajo la sierra toledana a las dos enigmáticas peñas denominadas como “Dos Hermanas” y a su castillo templario, pertenecientes a Navahermosa. Dichos entornos confieren a este “toro” ser un eslabón importante, dentro del misterio aún por estudiar por el método antes descrito, el cual descifrará muchos de los secretos que concentran y envuelven a este conjunto de hitos.

Sobre su lomo al sur, se observan los desgastados Montes de Toledo. Desde su cabeza a su trasera, tiene una orientación de este a oeste, con algunos grados de diferencia hacia el sur. Desde el mismo se observa también el pantano del rio Torcón. En fin un gran disfrute para el espíritu, la vista y los sentidos, ante esta joya prehistórica.

No es nada descabellado en este caso, la posible conexión entre el toro  y la identificación ibérica con cierta constelación animal comparativa, dándonos su relación ideológica con respecto al medio de vida de entonces y como los astros taúricos daban nombre a la constelación de Tauro, referido a los toros que pastaban en el occidente ibérico.

Una cultura indígena tan arraigada en nuestra tierra peninsular, proyectada aún en nuestro tiempo, deviene de unos valores espirituales prehistóricos muy antiguos, debidas a unas conclusiones cosmológicas conseguidas por medio de una alta religión referida a la tierra y a la naturaleza. Ahora en nuestro tiempo, la Constelación del Toro la podemos observar muy destacada, en el cielo invernal si  miramos hacia el Norte.

Al estudiar este ejemplar de bóvido, no se detecta en él ninguna influencia ni egea, ni egipcia, si no pura sabiduría neolítica de culto al toro en Iberia. Con respecto a sus características y su simbología, está  tallado con gran habilidad artística, por medio de una facultad intelectual tanto cosmológica como natural, revelando una  increíble altura de miras y demostrando una manifestación artística además de divina sin precedentes.

Este tipo de culto se desarrolló muy anteriormente en nuestra península, con respecto a los oficios religiosos taúricos egipcios, ceremonias en el tiempo del faraón Ramsés II, sobre el siglo XII a. C. Sabemos por un griego que habitaba en Roma en los años 20 a.C., el geógrafo Estrabón, que conociendo Iberia solo de oídas nos dejaba sus  referencias sobre los turdetanos. Aquella civilización que habitó en el suroeste de nuestra península, escribiendo de ellos que desde hacía miles de años, ya escribían en verso y que los púberes o adolescentes preparados de aquel pueblo, saltaban ritualmente sobre los cuernos de los toros salvajes, como signo de dominio, venciendo la fiereza del animal.

Dicha costumbre debía de llevarse a cabo en muchas zonas del territorio peninsular, pues el dibujo aquí expuesto, es un detalle de uno de los bosquejos prehistóricos, que se encuentran en el Abrigo Grande de la Cueva de la pedanía de Minateda, en Hellín (Albacete), a orillas del Arroyo de Tobarra, también en Castilla La Mancha, hacia su zona oriental.

Perteneciente al arte rupestre naturalista levantino y con una posible antigüedad de entre 5.000 a 3.000 años a. C., en el período de transición del Paleolítico al Neolítico, donde simbólicamente adivinamos un baile ritual, donde se observa una figura a punto de saltar por encima de las astas de un bóvido, como práctica y costumbre de valentía, con un carácter mágico-religioso propiciatorio.

Historia real, que se ha ido trasmitiendo hasta nuestras actuales corridas de toros, simbolizando la lucha del hombre contra la bestia, como forma cultural socializada hacia este animal.

Artículo publicado en la revista Cuatro Calles nº 18, en el cuarto trimestre de 2021.

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