Tranco Séptimo

RÍO TAJO VII

Tras los fracasos que soportaba la altiva y palaciega ciudad de Toledo, con respecto al agua teniéndola a sus pies, es por lo que el fénix de los ingenios Lope de Vega, escribió en ese tiempo estos versos:

Humilla, oh gran Toledo, la famosa

cerviz llena de casas, a quien hace

callar el Tajo en círculo corriente,

y esa montaña al parecer fragosa,

sobre cuyos extremos el sol nace,

vanagloriosa de ceñir su frente.

Tras los trabajos dirigidos por el marqués de Zenete con sus ayudantes y constructores, dicho artificio seguía sin funcionar  correctamente, por las pérdidas ocasionadas gracias a los materiales defectuosos usados para tal empresa, por su    gran longitud y por la dificultad de subida hasta el Alcázar.

Tanta era el ansia de subir el agua del río Tajo a la ciudad, que fue entonces cuando los maestros constructores que trabajaban en  la catedral y el claustro gótico de San Juan de los reyes, los hermanos Enrique y Antón Egas, se comprometieron con el Ayuntamiento y parte del clero, para hacer subir el agua hasta el  Convento del Carmen. Pero como lo que quedaba del artificio era defectuoso, siguió funcionando mal, sin conseguir elevar el agua hasta ningún lugar. Fue entonces cuando se determinó clausurar dicho acueducto el año 1529.

Unos años después en 1534, al venir Carlos I a Toledo, el marqués del Vasto propuso al ingeniero y relojero del emperador Giovanni Turriani, los cuales le acompañaban, que estudiara el rancio problema de subida de agua del Tajo al entonces Palacio Imperial, que se iba a comenzar a construir en estilo renacentista sobre el antiguo Alcázar. Este debió de estudiar el problema sobre el terreno, pues el líquido elemento debía de ser elevado a una altura de casi 100 metros nada menos, con inclinaciones casi imposibles.

Se emprendió la obra de dicho edificio en 1542, con una necesidad imperiosa de abastecerse de agua para tan amplia y magna fábrica y poder fraguar bien las argamasas,  además de saciar la sed de obreros y militares.  Pero el problema no se solucionaba y  seguía este prolongándose en el espacio tiempo.

Con los restos que quedaban del anterior ingenio y para poder repararle y hacerle andar, en 1553 el clérigo de Cuidad Real Sebastián Navarro, se comprometió  a subir el agua a la ciudad, aunque con una condición bastante ambiciosa, pues solo él y sus herederos podrían subir el agua a Toledo durante 50 años, nada menos. Ante la falta de agua, el entonces príncipe Felipe se vio abocado a firmar dicho compromiso, aunque sin saber el método que usaría tal personaje en el nuevo artificio. Pero entre los papeleos y las disconformidades entre unos y otros, de nuevo todo quedó en nada.

En 1561 se vuelve a retomar otro nuevo intento de proyecto sobre el asunto del Artificio, con planos de los maestros flamencos Juan de Coten y el maestre Jorge, pero dando los mismos resultados negativos con respecto al agua del Tajo. Otro fracaso más, por el que la población toledana estaría cansada de tanto compromiso banal, confiando como siempre en el humilde trabajo de los azacanes, el que pudiera pagarlo, pues la gente menos pudiente, bajaría a las orillas del río Tajo con sus propios recipientes  y recogerían la preciosa agua para sus trabajos diarios y supervivencia.

Ese mismo año de 1561, al no estar a gusto la tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois en el Alcázar de Toledo, precisamente por la falta de agua, en esa fecha, dichos monarcas deciden marcharse hacia Aranjuez y declarar a la villa de Madrid como capital de España. Este hecho se convirtió en un trauma negativo, para Toledo, sufriendo sus consecuencias durante siglos. No obstante y  por dicho motivo, debemos a esta reina el encontrarnos hoy esta ciudad en el estilo que aún la caracteriza y la hace única, estando declarada como Patrimonio de la Humanidad.

Por otro lado como testimonio de lo que ocurría con el agua del río Tajo, dejamos aquí el testimonio de una santa excepcional, pues por vez primera Santa Teresa viene a Toledo aún sin ser de su agrado, llamada por Doña Luisa de la Cerda, para fundar en la ciudad, alargándose hasta el verano y escribir su obra “Vida”. Esta misma con respecto al agua, nos cuenta: “lo que daría por una cantarilla de agua”, debiendo de pasar sed en esta ciudad y quizás no poder asearse.

Pero la suerte del agua del Tajo con respecto a la ciudad, iba a cambiar de forma radical en esta segunda centuria del siglo XVI, gracias a las grandes ideas de un ser extraordinario. Me refiero a la maquinaria que conseguiría trasladar el agua del caudaloso pero escurridizo Tajo, hasta la colina más alta de la urbe imperial, meciéndola de lado a lado y atajando las alturas por su propio peso, hasta alcanzar un objetivo, que hasta entonces había sido imposible.

Su autor el italiano Giovanni Turriani, cuyo nombre en castellano como Juanelo Turriano, que era entonces el relojero de Carlos I y más tarde de su hijo Felipe II, fue el que consiguió tal éxito por primera vez en la historia de la ciudad, subiendo el agua del Tajo, hasta el altivo Alcázar de Toledo. La construcción de tal ingenio, el famoso Artificio de Juanelo, quedaría en el futuro reflejado como de una de las maravillas del mundo.

Al haber muerto el emperador Carlos, dicho personaje que era el que le entretenía con sus diferentes juegos automáticos, relojes y autómatas fabricados por el mismo,  vivía en la corte de Madrid. Y fue con el permiso del rey Felipe II, cuando en 1563 Juanelo Turriano decidió  trasladarse desde allí, para vivir en Toledo y retomar el antiguo estudio que aquí había hecho directamente sobre el terreno, para que por medio de la fábrica de un verdadero “acueducto”, poder subir por fin y definitivamente el agua del rio Tajo a la zona más alta de Toledo, para apagar por fin el añejo problema de la sed de los toledanos.

Con el permiso del rey Felipe II, se debió de poner entonces manos a la obra y  observando sobre el terreno y palpando la gran dificultad de tan ambicioso proyecto, el cual había estudiado anteriormente, debió de hacer sus bocetos, dibujando y midiendo terrenos e inclinaciones, inventando al mismo tiempo una ingeniosa maquinaria la cual debía superar todos los problemas, además de poder comprar los terrenos para fabricar los edificios pertinentes.

Después haría un modelo a  escala para demostrarse a si mismo primero y luego al propio Felipe II y a las autoridades militares del alcázar toledano y a los corregidores de la ciudad, que dicho artificio iba a ser efectivo por fin de una vez por todas.

Si alguien quiere aprovecharse de estas páginas, sabe que intelectualmente, tiene la obligacion por ley,  además de moralmente, de hacer referencia tanto del autor como de su trabajo.

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