Verraco del Bercial, Fortaleza de Castros y Dolmen de la Aldehuela en la Jara (XI)

Al encuentro de un verraco especial, del enigmático enclave de Castros y el antiguo dolmen de La Estrella.

Dirigidos por el buscador de vestigios de la antigua Iberia, Antonio Martín Asperilla, un grupo de buenos amigos, con las mismas ideas y el mismo afán, un buen día de primavera nos encaminamos en plan aventurero a la búsqueda de ciertos monumentos antiguos que se  hallan aún casi  inéditos sobre nuestras tierras.

Por la comarca de la Jara y en el término del pueblo del Bercial, intentamos de mañana entrar en la finca del Bercial de San Rafael, cuestión que costó algo de trabajo, aunque lo conseguimos saltando una valla.

Caminamos durante varios kilómetros hacia su núcleo de población que se encuentra alrededor de su palacio, el cual pertenece a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, dedicándose ahora a la caza intensiva y al olivo, además de ser  hotel rural, dando bodas y haciendo recorridos ecológicos.

Aún existe en dicho paraje su iglesia con frontal barroco y el pequeño despacho hospitalario en estilo neomudéjar, además de otros detalles.

Cruzando el mismo hacia una especie de jardín al aire libre, enseguida saltó la sorpresa pues sobre un pedestal hecho al efecto, se encontraba la antigua talla de dos verracos juntos como si fueran siameses, lo cual nos pareció especial, pues pese a la gran cantidad de estos animales verificados en otros de nuestros paseos, era la primera vez que observábamos una figura geminada de este tipo, pues normalmente están tallados de forma individual.

Según los datos que han llegado a nuestras manos, pertenecen a la civilización vetona y su antigüedad concierne al siglo III antes de Cristo. Fueron traídos a la finca del «El Bercial de los Frailes» desde el poblado de la edad del Hierro denominado como Cerro de la Mesa, en el término de Alcolea de Tajo, cuyo lugar debió estar ya entonces sacralizado.

Volviendo al poblado de San Rafael y según otras noticias, junto a ellos había un tercer animal, el cual se encuentra  ahora en otro lugar de la finca.

Este tipo de manifestaciones plásticas zoomorfas, debían de tener una  significación mágica así como religiosa, cuya representación en pareja  debía  asegurar la procreación de estos animales, para que no faltara la  caza de los salvajes y fieros jabalíes y con ello el alimento de las familias de los cazadores y el sustento del castro con su tribu.

Quizás en dicho lugar se comenzó a domesticar a estas bestias y a ser criados en cochiqueras, de ahí que como hipótesis este verraco doble, figure como la formación de una familia de guarros reproductores. Sobre ellos se encuentra tallada una especie de pila, donde de forma ritual se vertería la sangre de estos, como ofrenda en tiempos de matanza, por lo que estos ídolos estaban ya divinizados.

Se encuentran estos verracos en todos los lugares de la zona gobernada por los vetones y posteriormente fueron reutilizados en época romana  como deidad ctónica, precisamente para trascender a la propia muerte, por medio de la creencia en el más allá. Con esta idea vemos aún uno tallado en lo alto del cementerio rupestre de Malamoneda, con dicha idea.

Una vez estudiadas estas figuras, hicimos el camino de vuelta acercamos a Puente del Arzobispo para tomar un tentempié y comentar la sorpresa de ver tallados juntos, a dos animales de estas características.

Después pasando su bello puente, aparcamos los vehículos en su salida y tomando el camino por la parte sur del rio Tajo, nos alejamos de este lugar, entrando en el término de Villar del Pedroso ya en la provincia de Cáceres, por un camino de tierra entre grandes campos de cereal, dirigiéndonos hacia nuestro segundo objetivo, llegando a una bifurcación con una pequeña indicación, donde decía que la distancia hasta la Fortaleza de Castos era de 13, 8 Km.

Tomando el camino de la izquierda, al poco cruzamos una valla abierta con un hito que tenía grabado “La oliva del Pedroso” y debajo “Higueruelas”. El terreno tenía una subida suave y con paciencia llegamos hasta una especie de alberca con su presa.

Esta recoge el agua del arroyo de la Higueruela, el cual cruzamos siguiendo una senda hacia la derecha, donde el terreno se fue haciendo más abrupto completándose con centenarias carrascas y alcornoques de grandes troncos. Caminamos otro rato por dicha senda  siguiendo el cauce de ese arroyo, hasta llegar a una alta presa de tierra que se hallaba hundida en su parte central y por los grandes bloques de piedra a sus pies, comprendimos que quizás fuera construida en tiempos romanos. A pocos metros se encuentra su desembocadura en el arroyo Pedroso.

Seguimos hacia delante y enseguida nos encontramos un antiguo puente denominado “de los molinos” con la anchura de un carro y por medio de sus tres ojos cruzamos el arroyo Pedroso, denominado así por las grandes piedras con las que se conforma su cauce.

Al frente un viejo molino  harinero en ruinas, donde se adivinan aún sus dependencias, cuadras y el desvío del agua para mover sus ruedas, algunas de ellas reutilizadas ahora como solería en el propio puente.

Desde allí comenzamos a subir la ladera del monte, por un campo lleno de aromas por las flores del cantueso, el tomillo y la mejorana.  Al llegar a su cumbre, pudimos ver de nuevo hacia el norte el río Tajo a nuestros pies, con un tajamán en su centro, posiblemente el asidero de un puente-pasarela, para que pasara el ganado en tiempos de la Mesta. Muy al fondo se veía Puente del Arzobispo.

Se observaba al sur el arroyo Pedroso que va paralelo al Tajo, pero en sentido contrario a este y frente a nosotros entre los dos cauces, otro monte en lontananza con su secreto guardado, la Fortaleza de Castros en la antigua  marca media musulmana o “Al-Tagr al-awsat”.

Caminando sobre otros varios cerros, nos fuimos acercando a la fortaleza que quedaba al frente y para que quedara constancia nos hicimos la fotografía pertinente de recuerdo.

Nos fuimos acercando al insólito castillo, observando su asentamiento sobre una cumbre con buena muralla defensiva exterior de cantería, la cual fuimos bordeando y tras subir una empinadísima cuesta, cuyo desfiladero baja hasta el río Tajo, encontrándonos ante su puerta principal, flanqueada por dos torreones cuadrados que sustentan su arco principal, el cual no se ha hundido aún, entrando por ella a la fortaleza musulmana de Castros.

Según nos cuenta la historia, esta fortaleza islámica junto a otras parecidas al sur del río Tajo, formaba parte del sistema defensivo de la marca media musulmana contra los cristianos, construidas sobre  montes y oteros hacia Extremadura, siendo asombrosas atalayas de observación.

Castros muy antiguos casi todos construidos sobre altos cerros, entre las provincias de Toledo y Cáceres, siendo reutilizados después por los musulmanes, con respecto a una línea de primer orden para su defensa, siendo aprovechadas militarmente.

Comienzan estas con la propia muralla de Talavera de la Reina (Talabira) y ya en la comarca de la Jara toledana con Canturías en Belvís de la Jara, la más impresionante de todas ellas es Ciudad de Vascos en Navalmoralejo, le sigue la fortaleza de Castros (que es la que visitamos), más cerca de Puente del arzobispo que de Villar del Pedroso.

Entrando ya en el Campo del Arañuelo, se encuentran Espejel en Valdelacasa de Tajo, Peñaflor en Berrocalejo, Alija en Peraleda de san Román y la también fortificada e impresionante medina Albalat (camino o vía) en Romangordo, por donde se podía vadear el río Tajo. Todas ellas dicen ser de construcción beréber.

Volviendo a la fortaleza de Castros situada en la comarca de la marca media o “Al-Tagr al-awsat”, desde el aire su estructura se parece a la proa de un barco, en punta hacia el este y abriéndose de forma hexagonal, termina hacia el oeste en forma cuadrada.

Su entrada principal se encuentra en la zona norte y su interior parece bastante vacio de momento, al no estar excavado, lo único que podemos ver hacia el otro lado en su centro, es uno de sus pocos vestigios que quedan, como su posible torre vigía, que corresponde  con los restos de una primitiva atalaya, la cual servía para comunicarse con otras torres vecinas.

Aunque también pueden ser los restos de la torre-alminar de la  mezquita del conjunto, pues según vemos en la fotografía desde el aire, se aprecia en su base una estructura rectangular bastante amplia,   pegada a ella y una antigua  puerta que aún existe entre ambas. Al lado de esta hay dos machones que quizás pudieron  sustentar arcos.

Cercano a esta zona, aún podemos ver la bóveda y el hueco del aljibe que debía de abastecer a la fortaleza. Hacia el este se encuentra un postigo de salida en el muro y a otro lado una alcantarilla por donde desaguar y lo que parece un pozo.

Todo el conjunto contiene en pie todavía buenos y anchos muros defensivos, los cuales se asientan según la forma de la cumbre donde se halla. Están construidos con mampuesto de piedra, con sus torres cuadradas entre sus lienzos y esquinas  para la defensa y sujeción de la fortaleza.

Esta cota se encuentra entre los desfiladeros del río Tajo y del arroyo Pedroso, haciéndole un lugar casi inexpugnable, primero contra las propias revueltas y luchas musulmanas entre las diferentes taifas, pero sobre todo destinado a salvaguardar los territorios musulmanes situados al sur del Tajo contra los infieles cristianos.

Otra curiosidad que se observa en este castillo, es que todos sus muros  contienen a cierta altura un hueco horizontal, tanto por fuera como por dentro. Estos debieron contener trozos de barro cocido con cerámica al exterior, para mimetizar y embellecer al mismo tiempo la fortaleza.

De ahí la tradición de la alfarería y sobre todo la cerámica con su característico color verde, que en la edad media retomó el cercano pueblo de Puente del Arzobispo, desde la construcción del mismo.

Pero aún quedaban más sorpresas en este antiguo castillo islámico, ya que nuestra amiga Ana, trató de detectar con su “Varilla Hartman”, algún lugar telúrico o punto de poder energético en el entorno de la fortaleza, el cual encontró en un lugar cercano a la torre vigía, con movimiento levógiro, contrario al de las agujas del reloj, es decir, un lugar quizás poco recomendable, por su mínima energía telúrica.

Entonces me pidió que comprobase el lugar con dicho instrumento, cuestión que llevé a cabo comprobando el mismo movimiento sobre el mismo punto.

Para corroborarlo aún más, pasó la varilla a nuestro guía Antonio, que también lo detectó, aunque dirigiéndole esta un poco más adelante sobre un gran bloque de piedra. La sorpresa saltó al quitar las hierbas que le cubrían, descubriendo el mismo los bajorrelieves de una cruz y un triángulo. Es decir, que el “lugar de poder” se encontraba señalado desde antiguo.

El triángulo señalaba hacia un punto entre el sur y el este, quizás refiriéndose a donde tenían que volverse los mahometanos andalusíes para hacer sus azalás hacia la Meca, pues en Alándalus se rezaba normalmente mirando al sureste. Al cristianizarse, se debió de hacer otra señal como es la cruz, legándonos un testimonio inigualable y dejándonos asombrados.

Antes de salir de la fortaleza de Castros, Antonio nos dijo que no descenderíamos por el desfiladero hacia el río, por la cantidad de agua que llevaba el padre Tajo, explicándonos que pegado a dicha orilla se encuentran las construcciones de una aldea perteneciente al castillo.

Aunque lo más llamativo son unos altos y fuertes pilares con sus tajamares sobre el río, pertenecientes a un puente que comunicaba la orilla norte con la fortaleza al sur, los cuales pudieron sustentar arcos a demasiada altura o quizás una pasarela que sería recogida por si llegaba el enemigo desde norte.

Salimos por la zona del postigo, ya que ese terreno estaba menos empinado que el de la entrada principal y llegando a la muralla exterior del adarve, surgió de nuevo la sorpresa,  ya que entre sus piedras encontré una tallada en forma de cuña.

Fue la cuarta vez que encontrábamos este tipo de piedras, las otras tres veces las hallamos en antiguos vestigios romanos, precisamente en la zona del acueducto, que va desde la presa de Alcantarilla en Mazarambroz, hasta la Toletum romana. Posiblemente servían para medir a los agrimensores hispano-romanos y posteriormente a los musulmanes, siendo usadas  como instrumentos de medición entre una altura y otra en el horizonte.

Con este detalle se aclara que estos lugares se encontraban poblados desde muy antiguo. Por aquí pasaron pueblos prehistóricos, además de vetones, celtíberos, romanos, visigodos y musulmanes, aunque la fortaleza está fabricada por estos últimos en el siglo X, como las otras  citadas anteriormente.

Al tomar Alfonso VI por capitulación la ciudad de Toledo al rey de la taifa Al-Qadir, la marca media bajo su frontera más hacia el sur y todas estas fortalezas fueron abandonadas, comenzando a hacerse cargo de ellas los cristianos. Después, en el siglo XII, fue denomina como “Fortaleza de Castros”,  por un privilegio que otorgó el rey Alfonso VIII el de las Navas al Concejo de Ávila.

Bajamos de nuevo hacia el Puente de los Molinos, pues era la hora de comer y al llegar a él nos sentamos a la sombra de sus paredes, compartiendo los bocadillos entre todos y regándolos con la bota de vino de nuestro amigo Julián, comentando con asombro todos los vestigios antiguos que habíamos visto hasta ahora.

Antes de emprender de nuevo el camino de vuelta, dejamos el entorno limpio como una patena, cuestión muy importante para el medio ambiente futuro. Cruzamos de nuevo el puente y partiendo hacia la izquierda, tomamos esta vez el camino sobre los cerros que bordean al río Pedroso, siendo este mucho más escarpado que el camino de venida.

Subiendo se encuentran las losas de parte de una calzada romana, la cual se encuentra reparada en alguna zona por un empedrado musulmán. Al tener que cruzar el abrupto cauce del arroyo Higueruelas por debajo de la presa derrumbada antes descrita, con mucho trabajo, se nos fue  de la mente el visitar la cueva que se encuentra en las cercanías del puente, cuestión que dejamos para otra ocasión.

Seguimos adelante subiendo y bajando lomas, saltando alguna valla y viendo muchas piedras diferentes formadas por la erosión, las cuales daban paso a que la imaginación les diera forma, entre ellas y por su fotogenia se encuentra la “piedra dracontia o serpentina”, que nos recuerda el nombre dado por los griegos a esta tierra hispana, como fue “Ofiusa” o “tierra de serpientes”. En este camino, siempre oíamos  el murmullo del agua del arroyo Pedroso a nuestra izquierda.

Llegando a lo más profundo de su cauce, disfrutamos de un paisaje con  una belleza incomparable, donde justo hace una curva hacia el lado  izquierdo, muy cerca ya de su desembocadura en el río Tajo.

Lo agreste del paisaje, no deja a la vista ver los detalles que allí se encuentran, como es un molino en una zona escarpada, el cual sería muy difícil de construir en sus tiempos, con sus recovecos y salidas de agua. Pero allí sigue su incógnita, enriqueciendo a este conjunto tan bello por extraordinario.

Bajamos un poco por el despeñadero, eso sí con mucho cuidado, para poder observar mejor este marco incomparable y disfrutar del ruido de una cascada, que vertía sus aguas a bastante altura e impregnarnos de los iones negativos que se desprenden del salto y saborear mejor este entorno tan salvaje. Aunque lo más sorprendente, es que vimos peces barbos que querían saltar esta gran dificultad, comprendiendo que no solo lo hacen los salmones.

Todo ello se encuentra vigilado por una gran formación geológica de piedras caballeras, pareciendo a un gigante como guardián de este salto de agua tan bello.

Desde allí vimos como se amansa ya el arroyo Pedroso en la cuna de la madre tierra y como desemboca en su padre el río Tajo,  mezclándose su agua clara con otra mucho más turbia. Con asombro, observamos  una familia de nutrias jugando en el mismo estuario, por lo que nos llevamos una gran alegría al comprobar que la naturaleza en este entorno de la civilización, guarda sus secretos más íntimos aún en el siglo XXI.

Volvimos a la senda y tomamos el camino para llegar de nuevo a nuestro punto de salida, pasando frente a los molinos de Santa Catalina y llegando a  Puente del Arzobispo sobre media tarde.

Desde allí  y en nuestros vehículos, partimos para hacer la última visita del día, tomando la carretera hacia el pueblo de La Estrella.

Al llegar a una de sus plazas con fuente, observamos que sobre su columna contenía una desgastada cruz de Calatrava, pues según la historia este testimonio deja entrever que dicha orden tuvo aquí su casa, para ayudar  a los peregrinos que iban hacia Guadalupe, por tal motivo esta se encuentra en el escudo de la villa y adornando a uno de  sus poyetes, se encuentra en cerámica lo que realmente íbamos buscando.

En su sierra se encuentra un asentamiento prehistórico de la edad del hierro, el cual dejamos para otra visita, pues lo que buscábamos era el famoso dolmen de la Aldehuela. Cruzamos parte de la Estrella,  siguiendo los carteles indicadores y por una de sus calles a mano derecha, salimos a campo abierto por un camino de tierra denominado Perdiguero, hacia Aldeanueva de S. Bartolomé  y a unos tres kilómetros, tras una valla nos dimos con su indicación escrita.

Unos metros más allá, nos encontramos con este extraordinario monumento megalítico, enclavado en la finca de la Aldehuela, muy cerca de unas antiguas minas de cobre denominadas “Las Borrachas”. Su datación se estima en 4.500 de antigüedad, lógicamente en plena Edad del Cobre, en la época del Calcolítico, siendo algo más pequeño que su homónimo en estas tierras de la Jara como es el dolmen de  Azután, aunque por ello no menos importante.

Pese a ciertos deterioros por algún bloque de piedra caído o tumbado por la erosión, se encuentra bastante reconocible, estando formado por doce grandes ortostatos o bloques de piedra clavados sobre su base,  con una altura de unos dos metros.

Como es normal en este tipo de túmulos funerarios, su entrada se halla orientada hacia el Este, formada por un pasillo con bloques algo más bajos. Su parte interior más alta, tiene forma circular, cuya cámara está determinada hacia el Oeste, para que los difuntos de la tribu enterrados allí, pudieran disfrutar de su nueva vida en el más allá, pues la astroarqueometría de este, es muy parecida al dolmen de Azután,  indicando las mismas constelaciones según su paso por la eclíptica. (Ver en este mismo apartado de artículos).

Este monumento se diferencia con otros de su clase, por su doble anillo circular gracias a su triple pared, precisamente  para hacerle inviolable con respecto a las fieras y animales de su tiempo. Pero también para una posible defensa mágica, cuyo modelo apotropaico le debía resguardar de los saqueos.

Además de tener talladas varias cazoletas y diferentes figuras, quizás con respecto a las constelaciones para sacralización el lugar, que habrá que volver para estudiarlas en profundidad, volvió a surgir de nuevo la sorpresa, pues los constructores que le levantaron en este lugar, lo hicieron así posiblemente por las energías telúricas que aún le recorren.

Esto lo comprobé, usando las varillas en “L” de nuestra amiga Ana, para poder determinar sus corrientes, tanto ella como yo observamos una larga línea hacia el Sur, a unos dos metros del dolmen, donde estas se cerraban, definiendo su negatividad geopatógena, es decir una línea nociva.

Sin embargo, al entrar por el pasillo del dolmen hacia su interior, las varillas se abrían y así seguían por toda su cámara interior, demostrando una gran fuerza positiva, volviéndose  neutras cuando salíamos del túmulo. Por este motivo, aquellos seres prehistóricos los cuales sentían las energías de la tierra, nos dejaron determinado este sitio armónico, como lugar especial de culto a sus muertos.

Después de nuestro recorrido, paramos en Calera y Chozas para tomar un refrigerio y comentar lo interesante que había sido el día, por lo que se nos había enseñado, por lo que habíamos aprendido y por el ejercicio que habíamos llevado a cabo, tanto física como culturalmente.

Así de interesante fue este día de primavera, con muy buenos amigos y disfrutando de la naturaleza a pleno rendimiento, comprendiéndola hasta sus últimas consecuencias, por lo que este artículo está dedicado a ellos y a los que no pudieron estar con nosotros, a mi esposa y a mi mismo. Gracias.

 

Bibliografía

Actas de las II jornadas de arqueología de Castilla-La Mancha. Varios autores.  Diputación de Toledo. Toledo, 2007.

Arcaz Pozo, A. – Al-balat: Un enclave estratégico en la línea media del Tajo durante la Reconquista (siglos X-XII). Actas de las I Jornadas de Historia Medieval de Extremadura. VV. AA. Universidad de Extremadura Servicio. Cáceres, 2.000.

Castejón García, R. – El Bercial e San Rafael. Toledo, 2013.

Felipe Perea y Antonio Martín. – La Fortaleza de Castros (Villar del Pedroso-Puente del Arzobispo). Otraiberia.worpress.com.

Fotografías de Ana Olivera, Antonio Martín Asperilla, Javier Díaz, Jorge de las Heras y Alejandro Vega más su dibujo. – Alguna de ellas son de la bibliografía electrónica y de Google Earth.

Jiménez de Gregorio, F. –  “Los pueblos de la provincia de Toledo, en el siglo XVIII”. Diputación Provincial. Toledo, 1966.

Méndez, M.-  Arqueología – Nuestros pueblos. Un verraco doble y otras curiosidades del Bercial. 2016

Moreno Muñoz, F. – Geositio nº 42. Valles Fluviales. Desfiladero del Arroyo Pedroso nº1. Ruta de Jaime Cerezo. 2013.

Pacheco Jiménez, C. – La fortificación en el valle del Tajo y el alfoz de Talavera entre los siglos XI y XV. Espacio, Tiempo y Forma. Serie 111. Historia Medieval, tomo 17. UNED. Centro  asociado a Talavera de la Reina (Toledo). Madrid, 2004.

Guión e inspiración de Alejandro Vega.

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