Tranco Cuarto

RÍO TAJO IV

Dice una copla popular toledana: “Tres cosas tiene Toledo, que no las tiene Madrid, la Catedral, el Alcázar y el Puente de San Marín”. 

 

Pasando el río Tajo por el puente de Alcántara al “torno” de la ciudad abrazándola, se hallaban bastantes azudas con sus huertas, como la de San Servando, la de Juanelo, la del Cerro de Bú, la de Saelices, la de San Sebastián o Incurnia, la de Romayla, la de Daicán y la de Santa Ana, las cuales regaban sus fértiles vergeles, gracias a los limos temporales arrastrados por el río Tajo en sus crecidas.

Tras esta última presa o azuda, se encuentra otro de los puentes medievales más bellos de la península ibérica, como es el de San Martín. Su construcción es un enigma, pues se pierde en la noche medieval, nombrándosele ya de esa manera en 1165. El año 1203, una gran crecida del río Tajo se llevó a un puente, sin dar su nombre, quizás el denominado como de “Barcas”, algo más abajo.

El puente de San Martín ha resistido los avatares del tiempo, siendo muy afectado por las avenidas invernales y primaverales del río Tajo. Quizás se ha salvado por su gran robustez y por el lugar estratégico de su construcción, a la salida de la curva del Cerro de la Cabeza y la Roca Tarpeya, pudiendo desaguar por sus cinco ojos. Desde dicha fecha hasta 1211, hubo una serie de grandes crecidas, las cuales le debieron de afectar bastante. Otras importantes avenidas sucedieron en 1243, 1249 y 1258 las cuales dañaron mucho al puente de Alcántara y quizás a este también.

Pero su peor quebranto le sucedió por la mano del hombre, precisamente por la contienda entre el rey D. Pedro I “el cruel” y  su hermanastro Enrique II de Trastámara, pues el año 1368, los partidarios de D. Pedro, desmontaron la clave de uno de los arcos del puente de San Martín, dejándole maltrecho y bloqueando la entrada de productos entre Toledo y la región de los Montes de Toledo. Tras aquella guerra civil entre hermanastros, fue entonces cuando el poderoso arzobispo D. Pedro Tenorio, a finales del s.XIV mandó su reconstrucción y así nos le encontramos ahora después de cerca de ocho siglos de historia.

De ese tiempo es la tradición de este puente convertida en leyenda, denominada como “La Mujer del Alarife”, pues por los malos cálculos de este y su gran preocupación una vez preparados los cimientos y colocadas las cimbras,  quizás por su defectuosa inclinación con respecto al cauce del río, su mujer al darse cuenta del problema, decidió quemarlas una noche de tormenta, echando la culpa a un rayo.

Lo que aquí decimos, se puede comprobar si observamos la puerta de salida al puente desde la ciudad, sin encontrarse está alineada con el propio puente, además  los muros fronteros para recibir su último arco exterior, se hallan desplazados hacia uno de sus lados. Desde luego algo tuvo que ocurrir realmente parecido a esta leyenda, legándonos un poso de verdad y haciendo de la mujer del alarife una heroína.

Volviendo a la historia del importante río Tajo a su paso por nuestra ciudad de Toledo, en su salida hacia su Vega Baja, había en aquellos tiempos los diferentes azudes que jalonaban la corriente del mismo, como los de Assomail, del Ángel o del marqués de Villena, de San Pedro “el verde” y el Ejido en Buenavista entre otros, que regaban las huertas que se encontraban al paso de su cauce.

Desde el paseo de las Vistillas de San Agustín daba gran placer ver la Isla de los Pájaros, así como Solanilla y el Cerro del Morterón. Había en este lado muchas huertas como la de la Caridad, la del Pradillo de San Bartolomé, la del Marqués de Villena, la de San Pedro el Verde y la del Comendador, hasta llegar a Buenavista con la del Capiscol.

Tenían estos vergeles tal fama, que Lucio Marineo Sículo, confesor de Fernando el católico, en el primer tercio del siglo XVI, deja descrito en su obra “De las cosas memorables de España”, sobre los extraordinarios sotos de Toledo, comparándolos con los más fructíferos de España, describiendo muchas clases y cantidad de árboles, como olivares, viñedos y almendrales, gracias al aprovechamiento de la fertilidad del río Tajo. Se siguieron sucediendo otras crecidas del mismo, pues precisamente una fue en 1527, debida a la fusión de la nieve caída ese mismo año, pues según las crónicas llegó el agua hasta los pies del cigarral de “Buena Vista”. Otras crecidas se sucedieron en los siguientes años, como la del año 1530.

Años después al ser pedido un censo por el rey Felipe II sobre todas las ciudades de Hispania, se le achaca a  Luis Hurtado de Toledo, párroco de San Vicente en el siglo XVI “El Memorial de algunas cosas memorables que tiene la ciudad de Toledo”. Nos cuenta este en su capítulo 21, los estimables vergeles cercanos a la ciudad, llenos de sotos y huertas en las riberas del río Tajo. En estos había membrillares, viñedos de uvas tempranas, manzanos, albérchigos, albaricoques, perales de San Silvestre y ciruelos de todas suertes.

También describe la fértil Huerta del Rey, la cual proveía a toda la ciudad, pues en ella además de la muchas clases de frutos, se criaban toda clase de hortalizas, entre otras sus famosas berenjenas que decían ser venenosas, pero sobre todo los mejores cardos de España.

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