Tranco Decimotercero

RIO TAJO XIII

Las experiencias obtenidas a través de los milenios, por las gentes que vivían en Toledo, junto a las aguas dadoras de vida del caudaloso Tajo, el cual había que atravesar en barca horizontalmente, de una orilla a la otra, (según el ejemplo de la instantánea sobre la “Barca del Pasaje”, nº 43162 tomada por el fotógrafo Loty a comienzos del siglo XX, rescatada en 1995 por la Diputación Provincial), daban paso en aquella segunda centuria del siglo XVI, al proyecto real que pretendía hacer navegable su largo cauce peninsular. Fue entonces cuando las gentes de este lugar, pudieron haber preguntado al río:

 “Río Tajo navegable,

¡hasta donde llegarás!…….

Contestando el mismo, con el murmullo entonces de sus límpidas aguas…..

Si mi cauce lo permite,

a los confines del mar”.

Dicho trabajo sobre el río Tajo, contó en 1580 con el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli, para estudiar el gran desnivel desde la meseta al estuario y sus muchos contratiempos, pues un cauce tan largo contenía angostos tajos, estrechamientos y rápidos, así como remolinos y ollas, varios arenales altos que obstaculizaban su recorrido en barco, por lo que había que fabricar naves especiales  de base plana y cierto calado para poder llegar a buen puerto.

Había  que cruzar los diferentes puentes, contando con el complicado paso de presas y azudes, con sus batanes y molinos harineros, aceñas y cañales de pesca, también con tintes, lavaderos y tejares, los cuales se abastecían de las aguas del Tajo. Además de las crecidas que se originaban en tiempos de lluvia y nieve.

Para poder comprender el tremendo trabajo, que llevaba consigo dicho proyecto y poniendo como ejemplo el cauce del río a su paso por la propia ciudad de Toledo, traemos a colación la obra titulada “Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo”, debida al escritor toledano Francisco de Pisa, al cual plasmó el Greco por ser doctor en derecho canónigo y catedrático de sagrada escritura en el Colegio de Santa Catalina de esta ciudad, el cual en el año 1605, comenzando el siglo XVII, hacía una descripción del agreste valle toledano escribiendo:

“El Tajo divide en dos partes, una grande y alta sierra de peña tajada, por medio de la cual pasa muy estrecho y acanalado, metido por una honda cava, cercadas por ambas partes de grandes riscos y altas peñas, que dan buena demostración haber sido hechos no por artificio humano sino por obra divina en la creación del mundo”.

Había pues que dragar varias partes del río Tajo, proporcionando la profundidad pertinente para su navegación y desmontar algunos de sus costados para que su anchura fuera suficiente, correspondiendo con un trabajo de gigantes. Se opusieron rápidamente a dicha obra ante el rey, los procuradores se Castilla y Andalucía en las cortes de 1582-85.

No menos importante, era el paso de dichas naves por las muchas presas que había desde Toledo en el centro de la península, hasta el océano Atlántico. Sobre las de menos importancia, se deberían de abrir fabricando en ellas compuertas, y en las más altas y complicadas se construirían exclusas, solventando así el problema del paso de los barcos, para su perfecta navegación.

Este grandioso proyecto, además de unir más aún ambos lados de la península ibérica, tendría unas grandes consecuencias económicas para con sus dos países, España y Portugal, además de haber llegado a ser Toledo un importantísimo puerto, por recibir los productos y riquezas que venían desde América.

Este sueño imperial y también toledano sobre la navegabilidad del río, pudo ser posible sobre el año 1588, pero la muerte de Antonelli lo retrasó, siguiendo dicho proyecto su aparejador, el toledano Andrés García, el cual había inspeccionado el cauce junto al primero. Pero realmente lo más difícil de superar era el problema económico, pues esta colosal obra debía de sufragarse por todas las localidades por  donde pasara el Tajo, ya que estas iban a recibir un gran beneficio y la mejora de sus comunicaciones.

Gracias a este ultimo alarife, se pudo llevar a cabo dicho proyecto en 1592, aunque teniendo un tibio y muy poco activo comercio fluvial, entre las ciudades de Toledo y Lisboa, pues las naves adecuadas eran costosas, sumando a estas el coste de dicha obra. A Portugal le interesaba poco, sumándosele la oposición de la ciudad de Sevilla, pues esta perdería el monopolio como puerto de las Américas, donde llegaban todas las riquezas de las indias. Se comenzaba a disipar así otro sueño a escala nacional, por el egoísmo irracional de unos pocos, en detrimento de toda una verdadera nación de naciones.

A esto se agregaba más tarde las diferentes guerras de España contra muchos países y regiones internas. En tiempos de Felipe IV, sobre el año 1640, Portugal no aportaba nada a Castilla. Por este motivo y aprovechando el surgimiento de la independencia de Cataluña, un grupo de conspiradores portugueses exaltados, irrumpió en el Palacio Real de Lisboa, asesinando y descuartizando en su fachada, al secretario de estado Miguel de Vasconcelos.

Fue entonces cuando el válido del rey, el Conde-Duque de Olivares de largo nombre, Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, mandó en 1641 para solventar la rebelión a otro noble, el XI duque de Medina-Sidonia también de largo nombre, Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval, el cual era un conspirador, haciendo caso omiso por sus intereses.

Ese mismo año se llevaba a cabo la separación entre España y Portugal, por dicho  motivo, el de Olivares tomaba de nuevo el proyecto de hacer navegable el río Tajo, pues era esta una antigua idea debida a los Reyes Católicos. En el caso del año 1640, era por razones militares, pues en este tiempo solo se consideró el estudio, desde Toledo a Alcántara, posiblemente para mandar tropas contra Portugal. Fue entonces llevado a cabo el viaje de reconocimiento, por los ingenieros flamencos Julio Martelli y Luis Carducci, sobre el curso fluvial descrito. Les acompañaba como testigo, el licenciado Eugenio Salcedo, para dar fe ante el rey Felipe IV.

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