Tranco Decimoquinto

RIO TAJO XV

Los estudios más detallados sobre el Tajo en la edad moderna, fueron los del ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli y el aparejador toledano Andrés García en 1580 y  más tarde los de los ingenieros flamencos Luis Carducci y Julio Martelli en 1640, primero desde la Villa de Alcántara hasta Lisboa y después desde el propio Toledo hasta la villa de Alcántara, más los proyectos que también se llevaron a cabo en 1755, por los ingenieros Pedro Simó y Gil y José Briz, desde Aranjuez a dicha ciudad y otro trabajo inédito en 1793, desde Aranjuez al puente de Alcántara en Toledo, por parte del arquitecto del Museo del Prado Juan de Villanueva, el cual fue  retratado por Goya en 1805.

Gracias a las observaciones de estos sobre el cauce del propio río, es por lo que sabemos de todos los obstáculos con que contaba el río para poder ser navegable en su tiempo, declarando los complicados pasos de presas y azudes, batanes y molinos harineros, aceñas y cañales de pesca y en sus márgenes tintes, tenerías, lavaderos o tejares. Con todos estos datos, podemos comenzar a verificar que el río Tajo era un dador de vida, surtiendo de pesca a todo el entorno del núcleo toledano, refiriéndonos a los frutos que proporcionaban sus aguas por medio de la variedad de peces que en el río había. Así lo observamos en un friso toledano de tiempos romanos.

Es lógico que en sus aguas, la pesca se ha hecho desde tiempos prehistóricos, cuando sus limpias  aguas podían beberse, durando sin contaminar dicho entorno natural hasta principios de la década de los años sesenta (1960), del pasado siglo XX, cuando las zonas de Madrid y Aranjuez comenzaron a industrializarse, dirigiendo todo su detritus, más cantidad de  productos contaminantes desde la capital y sus aledaños, al río Jarama, afluente del Tajo, comenzando a contaminar indiscriminadamente a nuestro bendito y sagrado río, a su paso por Toledo y su  provincia. A esto hay que sumar el terrible agravante del trasvase hacia el levante, llevado a cabo en mala hora, para beneficiar a unos pocos y empobrecer a muchos.

Sobre nuestro padre el río Tajo, cuyo cauce natural parte la península ibérica en dos, es por lo que reconocemos que la abundancia de sus aguas de entonces, debieron ser muy fecundas por su grandes bancos o cardúmenes de peces, con una gran variedad de especies entre ellos,  por lo que sus aguas han saciado el hambre en parte, a todas las civilizaciones que han fecundado a esta tierra toledana.

Por tal motivo, en la edad moderna y siguiendo al escritor Luis Hurtado de Toledo, este nos desvela en su magnífica y descriptiva obra  de 1576 “Memorial de algunas cosas notables que tiene la Imperial Ciudad de Toledo” diciendo: “Y los peces de este río Tajo en el término de esta ciudad .…… pescados tanto por redes como en corrales….. son muy suaves y sabrosos y los pequeños con espinas se pescan con caña y al estar esta ciudad tan lejos de los mares, se venden por más precio que los que se traen de lejos y de otros ríos cenagosos”.

Este historiador nos deja muy claro la limpieza de sus aguas y que su fauna pesquera era grandemente apreciada en la ciudad. Nos sigue diciendo Hurtado, que el valor de la pesca estaba regulada por el “alcabalero del pescado”, cuyos peces eran atrapados en cada heredad, jurisdicción o pesquería, las cuales pertenecían a la corona, cediéndolas a la iglesia, a varios conventos y órdenes militares, también a señores laicos y algunos particulares, dueños de presas y cañales.

Los cañales estaban compuestos por cercados fabricados con cañas en el centro del río, en presas fabricadas al efecto y algunos de ellos en estrechos parajes, para poder sacar gran rendimiento a la pesca. Asi los vemos en los dibujos del río, según los dibujos de la Chorografía de Carducci.

Dicho fruto era recogido por gran cantidad expertos pescadores, pues era el recurso prioritario que tenía esta ciudad, a través de pesquerías o en barcas con sus redes, también había corrales de crianza, luego se vendían en los mercados de Toledo. De ahí el refrán, que  desde antaño dice:

Este gremio de pescadores con sus profesionales, tenían un estado social muy definido al conocer el cauce del río a la perfección a su paso por Toledo, dicha cuestión motivaba que todos ellos estaban sujetos a las leyes que debidamente trataban de regular el negocio de la pesca. Según las antiguas ordenanzas toledanas a este respecto, el dueño o el arrendador de un molino en la orilla del río, normalmente un mudéjar o esclavo harinero, tiraba una piedra desde ella y  según la longitud que alcanzara, estos tenían el derecho de acotar dicha distancia para pescar.

Pese a lo que nos cuenta Hurtado sobre la cortedad de la pesca en el torno toledano, realmente esta debía de ser cuantiosa, pues las concesiones reales del río Tajo hecha a eclesiásticos, monjes, nobles, señores y arrendatarios de las orillas, permitían cobrar generalmente una cuarta parte de las capturas a través de donaciones o trueques para ahorrarse los impuestos, además los pescaderos podían vender sus productos fuera del término municipal.