Tranco Tercero

RÍO TAJO III

El primer poeta en lengua castellana Gonzalo de Berceo, el de Mester de Clerecía, nos da una noticia en el siglo XIII sobre el gran fluido de aguas que tenía nuestro río entonces:

EN TOLEDO LA BUENA, ESA VILLA REAL,

QUE YACE SOBRE EL TAJO. ESA AGUA CAUDAL……

Pese a la idealización del poeta riojano en su obra “Los Milagros de Nuestra Señora”, fue precisamente el caudaloso río Tajo de aquellos tiempos, el que hizo de sufrir daños con frecuencia en los accesos de la ciudad, con varios daños al Puente de Alcántara por sus grandes avenidas de agua.

Una se produjo en 1243, aunque fue peor la posterior de 1249, en tiempos del rey Fernando III “el santo”, por lo que hubo que reparar dicho puente. Tras otras crecidas, sobre todo la del año 1258 que se llevó uno de sus arcos, hubo que ser recompuesto de nuevo por mandato de su hijo el rey  Alfonso X “el sabio”, según indica una descriptiva placa al exterior del torreón medieval del Puente de Alcántara, hacia la ciudad.

Serían esas crecidas las que precisamente acabarían también con el puente existente al otro lado de Toledo, en su salida a la Vega Baja, el denominado según los investigadores como “Puente de Barcas”, pues según observamos sus restos dentro del las aguas del río Tajo, dicho vestigio parece estar dado la vuelta al fijarnos en la colocación de sus piedras, que ahora vemos de forma vertical.

Era entonces cuando el río Tajo tenía dos brazos o cauces, formando parte de su vega alta, antes de su entrada a Toledo por dicho puente, originando la que se llamaba entonces como la Isla de Antolínez, según la vemos dibujada por Vivancos inspirado en el Plano y Vista de Toledo del Greco.

Esto demuestra la proliferación de huertas, regadas por gran cantidad de norias que se movían gracias a los azudes o presas que se construían en su cauce según las necesidades para ello, tanto en las zonas de sus vegas alta y baja y sobre el torno o profundo valle que forma el río a su paso por Toledo. Como es lógico y como siempre ocurre, estas pertenecían a los personajes y entidades más poderosas de aquel tiempo, precisamente por la  considerable  productividad que estas tenían.

No referimos a los cardenales y canónigos catedralicios y a los diferentes conventos de monjas y frailes, además de algunos mozárabes, los cuales las arrendaban para sacar el máximo provecho monetario.

Es difícil enumerar la gran cantidad de estas, ya que eran cerca de cien las que había desde su vega alta a su vega baja, pasando por las que había en el torno o profundo valle que abraza a la ciudad.

De aquel tiempo medieval se tiene noticia de las muchas huertas en  que se dividía la vega alta, entre otras la de la Alberquilla, la de Galiana o Huerta del Rey, la Huerta del Badén, la de Alaytique, la de Razazu, la Huerta de la Islilla, la de Río Llano y la Huerta de San Pablo del Granadal.

Los dos ramales o cauces en los que se dividía el río Tajo, tras la curva del Aserradero en la Huerta del Rey, se ven plasmados en la famosa pintura de Doménikos Theotocópulis, el Greco, denominada como “Toledo y la Tormenta”, desde el norte de la ciudad.

En uno de sus detalles observamos el cauce de la izquierda, entrando el río recto hacia la ciudad, donde el artista nos pinta los molinos de Pedro Pérez, posteriormente presa del Corregidor y donde vemos a gentes lavando en su lado derecho, a unos  pescadores metidos en el río y otro vadeándole a caballo, llegado a la pequeña isla que se formaba en tiempos de verano y que la mayoría de nosotros la hemos conocido a nuestra temprana edad en tiempos veraniegos.

Subiendo la vista un poco en la misma obra, el Greco nos plasma la salida al cauce principal del brazo derecho de su cauce del Río Llano, cuando dejaba la Isla de Antolínez y se enlazaba con el cauce principal, donde se ve a personas lavando o tiñendo prendas sobre el escaso caudal veraniego. En dicho cuadro el pintor nos legaba un verdadero vestigio de aquel tiempo, pues nos plasma en él una realidad cotidiana sin precedentes en el espacio-tiempo.

Hoy todavía podemos observar algunos de los antiguos restos del convento de San Pablo del Granadal, los álamos negros grequianos y restos de una moderna maquinaria para obtener agua del río y regar dicha huerta en su parte derecha.

Después de todas estas y grandes cosas que hacía el rió Tajo en sus mejores tiempos antes de entrar a Toledo, es por lo que era tan importante para esta ciudad y sus habitantes, pues era dador de vida por sus fecundas aguas ya que gracias a ellas se obtenía varios tipos de pescados y frutos de concha y por los limos que iba dejando a su paso, estos fecundaban las tierras dando cantidad de frutos. Además el líquido elemento servía para el aseo  en los baños y sobre todo para saciar la sed.

Era entonces muy bien recibido por el puente de Alcántara, pues por debajo de su arco central este entraba a la ciudad, estrechándose y haciendo un profundo cinturón, haciendo de ella un monte inexpugnable.

 

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