8º. Desaparición y final de un sueño, que fue una realidad

Al morir Juanelo, la viuda del mismo recibió seis mil ducados y una pensión de cuatro reales diarios del rey Felipe II mientras esta viviera, por cesión del segundo artificio, que algo aliviarían a su familia,  llegaba tarde ese dinero para el genio, que murió hastiado interiormente, pero sin perder el respeto y la educación según sus cartas.

Algo más tarde esta misma como heredera, fue satisfecha con doscientos ducados por los relojes de su padre y al año siguiente se la abonaron otros dos mil, por el segundo artificio. Al seguir como mantenedor de las máquinas del acueducto su nieto Juanelo, por fin el rey en 1593 mandó pagarle cien ducados anuales.

Este solo recibía cuatro reales de jornal por tan grande trabajo, falleciendo en 1597. En 1602 tras muchas súplicas, el rey Felipe III concedía a su madre Bárbula cuatro reales diarios mientras viviera, aunque murió a los pocos meses dejando a sus descendientes en la más absoluta miseria. Tras una gran riada los artificios dejaron de funcionar. Esto ocurrió en una ciudad tan cerrada y tan poco agradecida como esta, pues parece un inmenso castillo y su centro histórico se encuentra varias veces amurallado, sobre la hoz que ha formado el rio Tajo a su paso por ella.

En 1604 Juan Fernández del Castillo intento mejorar los artificios, pero no llegó a buen término. Se sabe que el primer artificio ya no hacía su labor. Ese mismo año Manuel Severim, trató de describir a los mismos, pero el arquitecto Juan Bautista Monegro se negó a que este pudiera visitarlos interiormente, (como siempre la costumbre de cerrar las puertas del Toledo escondido, aunque ahora en nuestro tiempo se comienzan a abrir varias gracias a  algunas entidades, como el Consorcio de Toledo por sus convenios con particulares. Ejemplo de ello son torres mudéjares, conventos, baños romanos y baños árabes).

No obstante y gracias al Chantre de Évora, debemos el único dibujo y algunos comentarios, sobre el funcionamiento del artificio de Juanelo, quizás a él le dejaron visitar el interior de las máquinas por las que ascendía el agua sin presión, a base de cazos según dicho dibujo, llevado a cabo en el año 1604.

En 1607 el rey Felipe III, pone de encargado de los mismos de nuevo a Juan Fernández del Castillo, para que con las piezas de los dos pueda hacer funcionar alguno de los mismos, pero murió este sin conseguirlo.

Después de que  elevaron el agua a lo más alto  entre cuarenta y cincuenta años, sin dejar de  funcionar o uno u otro, dejó de dar agua por desidia el primer artificio y luego le ocurrió lo mismo al segundo, pues desde 1569 hasta entrado el siglo XVII habían dado agua a las obras y a los militares del Palacio Real (Alcázar), los cuales no tenían ya realeza que guardar, aunque por su intransigencia se quedaban con bastante agua.

Se desmontó el primero y se dejó el segundo como un icono muerto de la ciudad, pero los pillajes y los robos le dejaron irreconocible, después de la gran admiración que habían levantado en muchas personas sensibles, que vinieron hasta aquí para verlos funcionar y luego proclamar dichas máquinas del agua y su inspiración  al mundo entero.

Todo se iba diluyendo quedando como un recuerdo más de la ciudad de Toledo, como muchos otros, (circo, teatro o anfiteatro romano, etc.).

Desde que dejan de funcionar hasta el siglo XIX, se hacen intentos infructuosos por repararlos o de subir de alguna manera el agua a lo alto de la ciudad. Uno de ellos es por Luis Maestre por orden de Felipe IV, sin conseguirlo. En 1725 lo intentó el inglés Richard Jones y una compañía inglesa que no pudo hacerlo por falta de acuerdo. En 1757 hubo otro fracaso por medio de Pierre Curtón y más tarde en 1855 Nicolás Grouselle vuelve a fracasar.

Solo le fue posible a Juanelo Turriano subir el agua del rio Tajo a la ciudad, elevándola sin presión, por su propio peso, siendo admirado en toda Europa por ello. Por su trabajo de ingeniería y por su inspiración, se le achaca ser el autor de los “Veintiún libros de los ingenios y máquinas”. Por todos estos motivos parece increíble que esta ciudad le haya pagado de tal manera, pues no quedan ni restos, ni escritos, ni dibujos de la maquinaria que los compuso, pareciéndonos imposible creer que no estén guardados en ninguna biblioteca toledana o española.

Solo nos queda del genio dos bustos, uno de ellos por cierto, fue golpeado en la cara en la guerra civil del 1936 y luego restaurado y alguna medalla, pues tanto sus restos físicos como los de sus trabajos también han desaparecido. De los primeros se ocuparon los franceses, que tanto daño hicieron a esta ciudad, al quemar el convento del Carmen calzado en 1812, haciendo desaparecer sus restos siendo ya solo “polvo toledano” y de los segundos, se ocuparon los toledanos a base de robos y pillajes, pues se recuerda el robo del latón de los cazos y tuberías en 1639. Esto nos recuerda la desidia de una ciudad cuyas generaciones no son nada agradecidas, además de apáticas.

Hoy quedan pocos restos por decir algo, como las ruinas del canal, algún machón y los cimientos o depósitos de las turbinas de Vargas, edificio que iba a servir como museo del “artificio” de Juanelo, destruido en mala hora sin ton ni son el año 1990, por orden de un edil “de cuyo nombre no quiero acordarme”, frase de Cervantes en el Quijote que aprovecho en este caso, pues lo mandó destruir todo, dando al traste con muchos proyectos e ilusiones. Vemos que los hados aún no están con Juanelo.

Este genio del renacimiento llamado Juanelo Turriano, dio todo lo mejor de sí mismo a esta ciudad de Toledo, pero sus gentes pasaron del mismo con un desaire sin precedentes. Este fue el pago a un genio que elevó  a la ciencia española y en particular a la toledana hasta cotas inalcanzables, superando en algunos asuntos al genio del renacimiento Da Vinci, al cual se le ha dado la fama que merecía.  Esperemos que algún día se le haga justicia en  Toledo a Juanelo y se le eleve mundialmente al lugar que le  corresponde. Así sea.

«Que edificio es aquel que admira al

cielo?

Alcázar es Real el que señalas

Y aquel, quien es, que con osado

vuelo

A la casa del Rey le pones escalas?

                                                                                                                        Góngora.

Si alguien quiere aprovecharse de estas páginas, sabe que intelectualmente, tiene la obligacion por ley,  además de moralmente, de hacer referencia tanto del autor como de su trabajo.

Copyright  A. Vega. 2011.

2 respuestas to “8º. Desaparición y final de un sueño, que fue una realidad”

  1. poquet Phelps Says:

    Felicidades por el artículo,

    Quisiera preguntar si es posible, conocer la fuente en que se indica que Juan Bautista Monegro no permitió la visita a los artificios a Manuel Severim en 1604.

    Muchas gracias.

    • Alejandro Says:

      Buenas tardes. Siento contestarle tan tarde, pues estaba de viaje. Lo que usted me pregunta está contenido en la bibliografia que he usado para este artículo, que cuando tenga un poco de tiempo volveré a leer para parle solución.
      No obstante, los dibujos de Severim según los estudiosos, deben de estar basados en los trabajos de su tiempo, llevados a cabo por el arquitecto Juan Fernández del Castillo, el cual trató de mejorar las averias de los artificios.
      De todas formas y pese a no ser su trabajo, el celoso arquitecto Juan Bautista Monegro, también le prohibió al francés Jehan Lhermite que formaba parte del séquito de Felipe II, la vissita interior de los artificios.
      Esto lo puede ver usted en el internet, en el artículo «Entrevista con Xavier Jufre de el artifio de Juanelo Turriano».
      Espero haberle satisfecho en parte, aunque seguiré intentandolo siempre qye tenga tiempo.
      Saludos de Alejandro desde Toledo y agradecimientos por su felicitación.

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