Tras al muerte de el pintor Navarrete el mudo, el Greco fue elegido para seguir las pinturas conmemorativas para el retablo de la basílica del Escorial, por lo que comenzaba su corta etapa escurialense.

En esta segunda obra para Felipe II, desarrolló el Greco nada menos que el Martirio de San Mauricio, que comandaba la legión romana desplazada en la ciudad de Tebas en Egipto. Su motivación era porque las reliquias de dicho santo se hallaban en dicho edificio áureo.

Pero pese a pintar el retrato del rey, el de su hermano D. Juan de Austria, también a San Mauricio, a San Exuperio, a Santiago «el menor» y al pequeño Felipe III representando a San Inocencio, Felipe II al no comprender una obra tan atrevida y tan moderna, descartó entonces al cretense como pintor para su palacio-ribat.

O quizás no gustara el posible autorretrato del artista, rostro con rostro pegado al propio rey, el cual mira de reojo al santo protagonista de la obra, mientras que Doménico mira de frente al espectador.

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