Tranco Duodécimo

RIO TAJO XII

El estudio de la navegabilidad del río Tajo tenía que contar con las tremendas avenidas de agua, tanto por las lluvias otoñales e invernales, más el deshielo que se originaría en aquellos tiempos, a falta de los grandes y modernos pantanos de nuestro tiempo. Por tal motivo se necesitaba el estudio y los dibujos de los meandros del río Tajo, para poder llevar a cabo este gigantesco trabajo, como se llevó a cabo con la posterior “Chorografía del río Tajo”.

Gracias a los escritos dejados por nuestros antepasados, más los restos geomorfológicos de los alrededores de Toledo, los especialistas y estudiosos han detectado que en un largo periodo de tiempo, entre el siglo X y el siglo XX, se han registrado nada menos que más de setenta eventos por avenidas de aguas sobre el río, es decir,  por grandes inundaciones. En lo que concierne a la idea de hacer navegable el Tajo, debemos recordar que se debían de tener en cuenta, las grandes crecidas de aquellos tiempos y tener en cuenta los problemas que se debían de solventar, con respecto a dicho trabajo.

También se debían de tener en cuenta las sequias que sufría el río, sobre todo en la época estival. Ya nos lo dice Luis Hurtado de Toledo en 1576, por medio del “Memorial de algunas cosas notables que tiene la Imperial Ciudad de Toledo”, que además de darle fama a nuestro río, por su limpieza y claridad, por sus doradas arenas y porque en sus riveras no había planta venenosa, ni animal ponzoñoso, nos deja escrito: “Este Tajo es caudaloso, aunque ha tenido grandes sequedades, por falta de lluvia en España, aunque de él no se ha escrito que se haya secado del todo, pero algunas veces ha venido con tanta bajeza, que ha podido ser vadeado”. Así lo observamos en la obra “Toledo y la Tormenta” del Greco.

Sobre el final del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, entre dichos años hubo una gran concentración de inundaciones, según los escritores de aquel tiempo, sabemos que una de las crecidas que se recuerdan, fue la de 1567, pues en una sola noche fue tan tremenda la crecida, que rompió el azud que dejaba cerrado su brazo izquierdo, meandro cuya zona denominamos ahora con el apellido del catalán Safont, llevándose por delante todas sus fértiles huertas, pues su brazo derecho iba pegado los rojos montes que conforman el istmo norte de Toledo, dejando libre la zona del Granadal para ser cultivada como el brazo anterior. Además de eso, se llevó por delante todos los trocos de madera almacenados en el “Aserradero”, en la curva que dirige el río hacia la ciudad, los cuales habían sido conducidos hasta aquí desde el Alto Tajo, cuyo dibujo del aserradero vemos  en una lámina antigua.

Hay otras dos grandes avenidas de agua en dos años casi seguidos, pues estas se producen en 1597 y 1599. Estas crecidas, además de afectar a todas las huertas existentes en su vega alta y vega baja, antes de llegar a la curva de enfilamiento del cauce del río hacia la ciudad, devastaron la famosa Huerta de Alaytique en su lado derecho, llevándose por delante su azud o presa, su alta noria, molinos y pesquerías.

Dejamos aquí uno de los bellos cuadros pintados por Aureliano de Beruete, que  nos enseña la bella panorámica de una de esas huertas toledanas, al lado del río Tajo, con sus árboles frutales y en el lado derecho, según se mira, la pequeña rueda de una noria. Dicha obra se encuentra hoy día en el Museo del Prado, en Madrid.

Comenzando el nuevo siglo, la gran riada de 1602 fue la que dejó los dos famosos artificios del ingeniero y relojero real Juanelo Turriano, sin funcionamiento, pues destruyó las partes cercanas al rio, afectando a sus potentes ruedas hidráulicas, arruinándolos casi por completo y conduciéndolos hacia su total declive. Así lo observamos en la lámina dibujada en aquel tiempo por Avendaño, donde vemos sus ruinas. Estos dieron una especial fama en sus mejores tiempos, a la ciudad de Toledo, ya que por su dificultad y envergadura, eran únicos en el mundo.

Ante tal adversidad, se trató de arreglar y componer de nuevo estos artificios, por medio de los cuales subía el agua del río Tajo al Palacio Imperial y posiblemente a la plaza de Zocodover en la ciudad. Y fue en el año 1604, cuando Juan Fernández del Castillo que era su mantenedor, al estar construidos con materiales perecederos como la madera usada en ellos, trató de repararlos con modificaciones que él mismo había diseñado, pero sin llegar a un resultado certero. Este mismo y por mandato del rey Felipe III “el piadoso”, reparó el segundo artificio con las piezas del primero. Posteriormente en el año 1611, llovió mucho en la ciudad de Toledo.

En tiempos de este rey, el reconocido escritor de entremeses versados, el toledano del Siglo de Oro español Luis Quiñones de Benavente, escribió sobre estas máquinas. Fue también compositor de bailes y seguidillas, siendo alabado por Tirso de Molina y Lope de Vega, denominándole este último como “Poeta de los pícaros”, por su visión cómica y jocosa como comprobaremos ahora, al leer parte de un entremés escrito en 1645, titulado El Mago, donde cantó a la maquinaria del famoso artificio de Juanelo diciendo:

¡Afuera!, que va saliendo

el artificio del agua;

un pasadizo por donde

Tajo visita el Alcázar.

El agua viene recia

donde el rodezno anda,

la máquina se mueve

de bombas y cucharas;

las unas van subiendo

cuando las otras bajan

desde el profundo abismo

a las esferas altas

van recibiendo unas

lo que las otras vacían,

hasta que el agua viene

a dar en el Alcázar.

 

¡Jesús, que el Arcaz se hunde!

¡Que revienta el artificio!

Si alguien quiere aprovecharse de estas páginas, sabe que intelectualmente, tiene la obligacion por ley,  además de moralmente, de hacer referencia tanto del autor como de su trabajo.

 © Copyright A. Vega 2021.


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