Tranco Noveno

RÍO TAJO IX

El cordobés Luis de Góngora y Argote, redactó en el siglo XVI un hermoso  soneto, dirigido a Tamayo de Vargas sobre el Tajo. Siguiendo a Garcilaso  de como doraba el río la arena a su paso por la Ciudad Imperial, escribe:

          Tú, cuyo ilustre entre una y otra almena

      de la imperial ciudad, patrio edificio.

   al Tajo mira en su húmido ejercicio

    pintar los campos y dorar la arena.

Las crecidas del Tajo entonces eran anuales, unas mayores que otras, causando un deterioro importante en su paso por Toledo y sus fértiles alrededores, llevándose por delante las construcciones y utensilios que se utilizaban en sus canales de pesca, en sus batanes, sus curtidos, sus tintes, pero sobre todo en la gran cantidad de molinos para moler el grano, así como sus presas y sus norias o azudas, conductoras del agua, afectando a la gran cantidad de huertas y árboles frutales, de los que se surtía la ciudad de  Toledo.

Con tantos problemas y desperfectos sufridos anualmente, tanto por crecidas sobre presas y máquinas, como por sequías, al no poder obtener frutos y  hortalizas, más la falta de pescado, se encarecían los alquileres de las huertas, sotos y campos de frutales más cercanos a los márgenes del río, por lo que estas no se arrendaron durante parte del siglo XVI. Las propiedades de dichas fincas y sus artificios, pertenecían al conjunto religioso que dominaba la ciudad de entonces, como la propia catedral y sus canónigos, casi todos los conventos de distintas órdenes religiosas, de monjas y frailes y a ciertos mozárabes.

Y fue en el último tercio de dicho siglo, cuando a estas entidades propietarias, les cambió la suerte, gracias a la Guerra de las Alpujarras en el Reino de Granada, pues su población morisca se sublevó y se alzó en armas entre 1568 al 1571 contra el poder cristiano establecido, por la Pragmática Sanción dictada en 1567, con la se  limitaba su cultura y su libertad, en tiempos de Felipe II. Al ser vencida la revuelta, la población mudéjar superviviente,  fue deportada a distintos lugares de Castilla, entre ellos la ciudad de Toledo.

Y fue en la última treintena del siglo XVI y la primera década del siglo XVII, cuando las huertas de Toledo tomaron su auge anterior, al ser arrendadas y trabajadas por los moriscos granadino, desplazados e instalados aquí. Estos llevaron a cabo sus mejores trabajos sobre las huertas toledanas, dando las mejores cosechas de aquellos tiempos, pues dichas fincas recibieron una  sabiduría ancestral de siglos, demostrada ya en tiempos del califato y las taifas.

Gracias a estos eficientes agricultores, se llevó a cabo entonces en la ciudad una innovación agrícola sin precedentes. Por ello las huertas y los cultivos de cualquier tipo comenzaron a ser muy abundantes en Toledo y alrededores. Es decir, que la toma de las Alpujarras por los cristianos, les vino muy bien a los dueños de estas fincas. La sabiduría de estos mudéjares en el plano agrícola e hidráulico, así como su forma de trabajar, hicieron en aquel tiempo un gran legado a la horticultura de los campos toledanos, pues por los beneficios que estos daban, se llegó a  decir entonces: “Quien tiene moro, tiene oro”.

Entre la abundancia de huertas junto al río, la más importante desde tiempo inmemorial era la famosa Huerta del Rey, que fue ya usada por romanos y visigodos, también por los musulmanes, que la convirtieron en un vergel, pasando luego a la

corona hispana, hasta la edad moderna. Y fueron los moriscos, los que con sus costumbres la hicieron muy fértil, precisamente porque nunca les faltó la sabiduría del abastecimiento de la preciosa agua, gracias a sus estanques, sus represas y a sus altas ruedas. Toda esta bonanza en Toledo, se terminó en el año 1610, ya que dichas gentes que estaban tan solicitadas por ser espléndidos agricultores, fueron expulsados ese año, por orden del rey Felipe III “el piadoso”.

Por los escritores del siglo de oro, sabemos que Toledo fue célebre esos años, por  frutas como membrillos, albaricoques de hueso dulce o por sus dulces ciruelas de flor, que se obtenían por el injerto de sus pipas en las ramas de los almendros, pero también por la gran provisión de sus verduras y hortalizas, entre ellas sus cardos, pero sobre todo por sus famosas berenjenas, obtenidas gracias al buen hacer de los hortelanos de entonces, precisamente por los limos y las aguas que traía el río Tajo.

En la novela barroca “León Prodigioso” de Cosme Gómez Tejada de los Reyes, se  nos cuenta sobre ellas: “A las berenjenas damos el primer lugar en la olla solamente en Toledo”. En la  novela picaresca  el Guzmán de Alfarache  escrita por Mateo Alemán se habla de las berenjenas de Toledo. Francisco de Rojas Zorrilla en su comedia García del Castañar dice: “berenjenas, plato muy de tierra de Toledo” y en Dª Blanca cuenta: “también hay de las tempranas / uvas de un majuelo mío, / y en blanca miel de rocío / verengenas toledanas”. Góngora habla de ellas en Las Firmezas de Isabela: “Regalar querrá a su yerno, / y será a lo toledano, / con berenjena en verano/ y con membrillo en invierno”.

Pese a ser tan apreciada esta última hortaliza como era la berenjena, esta misma daría mucho que hablar, sobre un mote que se les achacó a los toledanos, a los cuales se refieren otros escritores que tuvieron que ver con Toledo y con los judeoconversos.

Si alguien quiere aprovecharse de estas páginas, sabe que intelectualmente, tiene la obligacion por ley,  además de moralmente, de hacer referencia tanto del autor como de su trabajo.

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