Ahora todas las aguas que vienen de ese lado, pasan bajo el camino de la Pozuela, saliendo a una reguera construida al efecto y discurriendo por otro hueco construido por un vecino de la zona,  desembocando en el propio arroyo de la Pozuela, denominado aquí por los vecinos más próximos como el arroyo de las Cañas. A uno de sus lados vemos un bello acanto plantado.

Después de haber adecentado dicho lugar el Ayuntamiento hace años, tras las protestas del vecindario más cercano, desbrozando gran cantidad de madreselva, zarzas y cañas, de haber construido una escalera que baja hasta el cauce y colocado mesas para el disfrute de este lugar toledano muy poco conocido y con encanto, ahora se encuentra otra vez como antaño y pese a ser muy romántico se encuentra irreconocible.

Allí mismo y entre la maleza se encuentra un pozo que hicieron los vecinos hace tiempo, el cual se encuentra en perfecto funcionamiento, pues tiene su bomba manual con la que aún se puede sacar agua, la cual sale muy clara, llenando una pileta.

En esta zona en la que se oye correr al arroyo, el cual casi no se ve por tanta vegetación, se encuentra la pontezuela que determina este bellísimo paraje. Me refiero al pequeño puente con arco de ladrillo y valla de madera, que da paso de una orilla a otra del arroyo, correspondiendo a una romántica estampa de las que tanto gustaban al poeta Gustavo Adolfo Bécquer, en sus paseos por los alrededores de esta ciudad tan bella.

Pasando esta pontezuela, el paisaje sigue siendo el mismo, por la cantidad de arbustos y hojarascas que hay, pasando al lado de un hotel al cual bordea y en que vemos su puerta trasera de estilo mudéjar, muy pulcra, y el brocal de un pozo a su lado que antes se encontraba cerca del arroyo, con la indicación de la Ruta del Quijote.

Si alguien quiere aprovecharse de estas páginas, sabe que intelectualmente, tiene la obligacion por ley,  además de moralmente, de hacer referencia tanto del autor como de su trabajo.

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