Tranco Octavo

RÍO TAJO VIII

Tras los pensamientos y anhelos de Turriano y gracias a sus conocimientos, este tenía muy claro que el agua del río Tajo ascendería de una forma concreta  a lo alto de Toledo, gracias a su “artificio”. Pero las gentes toledanas recelarían de tal empeño, al haber tenido tantos proyectos como fracasos y por ello no se fiaban  de nadie, además de no estar dispuestos a pagar otro nuevo impuesto. Por tal motivo pudieron surgir estas coplas:

Si el cremonés se propone,

subir el agua del Tajo,

¿que pasará si responde,

a ser un nuevo fracaso?

Pero el empeño de este hombre italiano, resolvería la toma del líquido elemento tan necesario para la obra del Alcázar, además de  resolver el acuciante problema toledano sobre el agua,  apagando la sed de la ciudad de una vez por todas, de forma permanente y definitiva. Para ello concibió una maquinaria elevadora, siendo capaz de tan extraordinaria empresa, tachada por el vulgo como una de  una  aventura.

Con sus revolucionaras ideas para aquel tiempo, este genio del renacimiento,  cremonés de nacimiento y toledano por adopción, se comprometió para hacer ascender el agua del Tajo por atmósfera y solo con la fuerza hidráulica del río hasta la colina más alta de Toledo, salvando su profundo valle. Desde luego había que tener la cabeza muy bien puesta (lo que así parece por el busto y la medalla que de él han quedado), para razonar una maquinaria tan asombrosa como efectiva.

Fue en el mes de abril de 1565, cuando las partes implicadas se pusieron de acuerdo para resolver los gastos de la ambiciosa obra del artificio. De un lado el Dr. Lagasca por las fuerzas reales del rey y los militares y por otra la ciudad y el poder civil del Ayuntamiento con los regidores Francisco de Rojas, Gutierre de Guevara y el jurado Alonso Avalos, y el ingeniero y arquitecto del proyecto Juanelo Turriano,  comprometiéndose en su hazaña constructiva. Tras la firma de la escritura este relojero se puso manos a la obra, comenzando su espectacular obra, empeñándose monetariamente tanto por los materiales, como por los trabajos.

Hay que recordar que para fabricar las torres de su artificio, tuvo que utilizar la presa, el canal y los molinos del rey, que otros ya habían usado anteriormente, los cuales se encontraban más abajo del Puente de Alcántara, debajo del Palacio Imperial. Este era precisamente el obstáculo a resolver por su gran dificultad, pues debía de superar los más de noventa metros de altura, con un desnivel del  33% y una distancia total de trescientos metros.

Este hombre del renacimiento era tan exquisito, que construyó las torres de subida con madera, ladrillo y piedra, cuyos arcos dejaban libres las calles por donde podrían transitar carros y caballerías, sin llegar a tocar ninguno de los edificios religiosos que había en su recorrido. Para ello tuvo que cavar las arcas en la dura roca toledana para contener el agua, ocupándose además de las azudas, arcaduces, tubos, bielas, cruces y engranajes, usando gran cantidad de piedra tallada, más doscientos carros de madera y quinientos quintales de metal, entre latón y cobre.

Este genio, al que podemos comparar con el propio Da Vinci, hizo ascender por su propio peso el agua del río Tajo, a una altura de casi 100 metros por encima de su cauce, terminando con gran éxito esta extraordinaria obra  y a pleno rendimiento, en 1568, en un tiempo mínimo de tres años. Cuando se midió su caudal, se observó que este era mucho mayor de lo proyectado, llegando al pie del Alcázar 12400 litros de agua diarios, el doble de lo comprometido.

Pero los militares se quedaban con todo el líquido recibido, sin obedecer los acuerdos previos, además de no pagarle, y la ciudadanía de Toledo al no recibir ni una gota del agua acordada, tampoco le pagaba. Solo el rey Felipe II le ayuda con préstamos de vez en cuando, es decir, tardíamente.

Ante tales hechos y para solventar sus cuantiosas deudas, tuvo que llegar a otro acuerdo con el Ayuntamiento de Toledo en 1575, para fabricar un nuevo artificio paralelo al primero, para que llegara el agua a Zocodover y solventar la sed y necesidades acuosas de los habitantes de Toledo. Este nuevo artificio comenzó a funcionar el año 1581. Por el buen funcionamiento de estos, se pensó entonces en fabricar otro en la zona cercana al Puente de San Martín y San Juan de los Reyes,  pero como ocurría normalmente, dicha idea quedó en nada.

Este genio de la ciencia, Juanelo Turriano,  personaje portentoso y adelantado a su tiempo, dio lo mejor de sí mismo a Toledo y en general al mundo entero a través de la sabiduría más puntera de su tiempo, al final de su vida murió arruinado, en la más absoluta pobreza, y como dice un refrán castellano “no tuvo donde caerse muerto”, pues posiblemente su familia tuvo que pedir para poder enterrarle. Murió esta gran persona en 1585, después de haber hecho testamento dando gracias al rey y tratando honorablemente a la ciudad que le había acogido.

Como arquitecto e ingeniero, Juanelo Turriano diseñó y construyó en 1580 la presa de Tibi en Alicante, siendo entonces el paredón más alto del mundo. Por si esto fuera poco, como relojero y científico, en 1579 por mediación del nuncio de su santidad el Papa Gregorio XIII y el permiso del Rey Felipe, confeccionó  un cuadrante para rebajar el año en diez días y completar así el nuevo año gregoriano. Además llevó a cabo distintas articulaciones para aliviar a los lisiados. Todo un ejemplo a seguir.

Mientras el artificio estuvo en pleno funcionamiento, fue descrito por varios personajes así como entendidos, los cuales venían de tierras lejanas, para ver con sus propios ojos, lo que reconocían como una de las maravillas del mundo renacentista. Estos aconsejaban venir a visitarle, pues  engoznaban tan bien tantos cazos y cucharones de bronce, que hacían ascender suavemente el agua a lo más alto de Toledo, al depósito del palacio.

Era tan eficiente como famoso este artificio, que parecía algo milagroso, por tal motivo cuando algo extraordinario ocurría, se le ponía como ejemplo diciendo: “Esto es como subir agua a Zocodover”. Era tan perfecta su maquinaria, que los arquitectos de su tiempo, como Juan Bautista Monegro y Nicolás de Vergara “el joven”, llegaron a denominar a dicho acueducto juanelesco, como una “ctesibica vitruviana”, máquina descrita por Vitrubio en sus “Diez Libros de Arquitectura”, es decir, que le compararon con aquel famoso arquitecto romano del siglo I.

Sus descendientes cuidaron de dichos artificios, pero a través del tiempo y el espacio, no quedó ni rastro de tan extraordinarias maquinarías, ni ningún escrito de la técnica usada en ella, mientras tanto el río ajeno a tanta desidia, seguía su perpetuo movimiento.

Dicha ingenio al ser único en el mundo, tuvo tanta fama y expectación en sus mejores tiempos, que sus contemporáneos del Siglo de Oro cantaron su osadía. Así  Góngora en una de sus comedias nos dice: “El Tajo, que hecho Ícaro, a Juanelo, dédalo cremonés, le pidió alas”, Quevedo en un romance escribe: “Vi el artificio espetera, pues en tantos cazos pudo, mecer el agua Juanelo, como si fuera en columpios” y Lope de Vega en su “Amante agradecido” nos cuenta: “A Toledo volveremos, veré la iglesia mayor, de Juanelo el artificio”.

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