Tranco Quinto

RÍO TAJO V

EL ENAMORADIZO PRINCIPE DE LOS POETAS ESPAÑOLES  GARCILASO DE LA VEGA, AL IDEALIZAR AL RÍO TAJO, NOS CUENTA EN UNA DE LAS ÉGLOGAS: PEINANDO SUS CABELLOS DE ORO FINO, UNA NINFA DEL AGUA DO MORABA LA CABEZA SACÓ, Y EL PRADO AMENO VIDO DE FLORES Y DE SOMBRA LLENO.

Tras las grandes crecidas invernales, cuyos limos arrastrados por la corriente del río  hacían muy fértiles a estas tierras, al llegar la calma de los tiempos primaverales y veraniegos, sus huertas y sotos al volverse verdosos y floridos, daban sus mejores frutos, convirtiendo sus alrededores en lugares de ensueño.

Por tal motivo y gracias a la calma, la amabilidad y el frescor del río en ese tiempo,  las gentes de la ciudad de Toledo bajaban a sus orillas a refrescarse y deleitarse. Su naturaleza idílica en sus parajes, playas y arboledas, llenas de hierbas, flores y pájaros de todas clases con sus diferentes cantos, hizo que en los comienzos del siglo XVI, los poetas comenzaran a cantar al Tajo por medio de sus intuiciones poéticas.

El más destacado de todos ellos con respecto al río Tajo, fue Garcilaso de la Vega que vivió según se cree entre 1491 y 1536, el cual está considerado como el príncipe de los poetas españoles. Este nos describió la situación de sus aguas, como si de un paraíso se tratara, se nos legó la imagen de un río mítico, metafísico y aurifico, abrazando a una ciudad sagrada, legándonos su famosa égloga III, dedicada al río, cuyos versos dicen:

       Cerca del Tajo, en soledad amena, / de verdes sauces hay una espesura /

       toda de hiedra revestida y llena, / que por el tronco va hasta el altura /

       y así la teje arriba y encadena / que el sol no halla paso a la verdura; /

      el agua baña el prado con sonido, / alegrando la vista y el oído.

 

      Con tanta mansedumbre el cristalino / Tajo en aquella parte caminaba /

      que pudieran los ojos el camino  / determinar apenas que llevaba. /

      Peinando sus cabellos de oro fino, / una ninfa del agua do moraba, /

      la cabeza sacó, y el prado ameno / vido de flores y de sombras lleno.

 

      Pintado el caudaloso río se veía, / que en áspera estrecheza reducido/

      un monte casi alrededor ceñía / con ímpetu corriendo y con ruido; /

      querer cercarlo todo parecía / en su volver, más era afán perdido; /

      dejábase correr en fin derecho, / contento de lo mucho que había hecho.

 

 Estaba puesta en la sublime cumbre / del monte, y desde allí por el sembrada/

      aquella ilustre y clara pesadumbre / de antiguos edificios adornada. /

     De allí con agradable mansedumbre / el Tajo va siguiendo su jornada, /

     y regando los campos y arboledas / con artificio de las altas ruedas.

La siguiente fotografía nos da testimonio de lo expuesto por tan grande poeta, pues refleja los restos de uno de aquellos sotos, que aún nos dan ese testimonio en nuestro tiempo, además de darnos otra noticia sobre ese mismo lugar, con respecto a otra gran inundación. Esta se produjo en el invierno de 1545, siendo otra gran riada del río Tajo a su paso por el profundo valle que rodea a Toledo por su cintura, que por su estrechez fue por lo que se llevó por delante muchas cosechas y también numerosas propiedades.

Dicha noticia nos cuenta que en dicho lugar, fueron destruidos entonces los Molinos del Hierro, que se encontraban junta a la famosa huerta de la Alcurnia con su edificio murado, lugar de recreo veraniego de los canónigos y arzobispos  de la catedral toledana,  pues  se hallaba esta en la isla que se formaba en sus márgenes, dentro de la hoz con que el Tajo abraza a la ciudad.

Pese a estos tremendos episodios anuales del río y las correspondientes devastaciones en sus orillas, huertos y edificios colindantes, sus tranquilos y apacibles veranos atraían a escritores y poetas del siglo de oro, y desde  la cumbre toledana, se acercaban hasta las riberas del Tajo, para saborear sus bondades y frutos, buscar inspiración y escribir sobre las doradas arenas las cuales componían sus orillas, según nuestro poeta Garcilaso, tal como acabamos de leer.

El humanista judeoconverso Juan de Vergara, que fue canónigo de la catedral de Toledo, con su posible seudónimo como Pedro de Alcocer deja descrito en la obra  “Historia o Descripción de la imperial ciudad de Toledo” de 1554, la impresión que causaban tanto la Vega Alta antes de entrar en la ciudad, como la Vega Baja pasada esta, por la gran cantidad de huertas y arbolados, en las riberas del río Tajo, pues escribe este: “van coronadas de frescas y hermosas arboledas, llena por todas partes de sotos y huertas, con gran muchedumbre de árboles frescos y deleitosos que hay en ellas”.

Otra crecida en el año 1565, se llevó por delante casas, batanes, molinos,  huertas y sotos. Aunque una  de las crecidas más importantes que se recuerdan de aquellos tiempos, se produjo en una de las noches de Agosto del año 1567. Fue esta tan fuerte, que al estar el “Aserradero” instalado en el último meandro antes de entrar el río en la ciudad, se llevó por delante todos los troncos que allí había para serrar, los cuales habían sido conducidos hasta aquí, desde el Alto Tajo.

Rompieron estos la presa del Cañal o del Corregidor, entrando el agua por el curso izquierdo y dejando libre el derecho, los cuales formaban la Isla de Antolínez, cambiando el cauce del río. Desde entonces se pudieron cultivar las huertas que había en la zona del Río Llano, hoy Safont y también las del Granadal, Esto lo podemos observar por el detalle de una de las estampas más antiguas de Toledo, debido al grabador Brambilla, donde vemos el aserradero y el cauce único del río.

 

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